Tuesday, November 21, 2006

20 años sin Humareda o De cómo el portero del Hotel Lima se hizo pintor


(Hotel Lima en la Av. 28 de julio, La Parada )
Hoy martes 21 de noviembre se cumplen exactos 20 años de la muerte del pintor Víctor Humareda. El diario El Peruano ha lanzado con esta ocasión un suplemento especial del suplemento Variedades. Consigno a continuación tres articulos por mí allí publicados. Un modesto homenaje a un punto clave en la historia del arte peruano.
La sombra del maestro
Una amistad de veinte años sólo rota por la muerte del maestro. Mario Sierra, quien fuera portero del Hotel Lima de La Parada donde Víctor Humareda vivió hasta sus últimos días, recuerda el tiempo en compañía del artista, narrando el cómo se hizo discípulo suyo.
Por: Daniel Contreras M.



“Gracias a él ahora soy pintor en la especialidad de arlequines y paisajes al estilo Humareda”, explica Mario Sierra calificando su arte como el mejor homenaje al amigo, a esa persona que aparte de su padre podía darse el lujo de llamar “papá”.

Corría diciembre de 1966 y en el Hotel Lima la gente lo llenaba de preguntas pues recién había llegado de París. ¿Por qué te has regresado tan pronto? ¿Conociste a Pablo Picasso?. Y el decía: Tacora es mejor que París. Yo deseaba hacerle las mismas preguntas pues siempre me llamó la atención verlo pintar en la azotea. Un día en el cuarto 283 estaba sentado solo, me acerqué y le saludé”.

Sierra recuerda que Humareda creyó que era de Puno. Soy de Andahuaylas, respondió el joven portero. “¿Y conoces a José María Arguedas?, porque yo si lo conozco, me dijo. A partir de ese día algo nos unió. Yo lo buscaba o él a mí. Casi a diario nos veíamos pues me nombró ayudante en su taller”.

Ese mismo cuarto del hotel que ahora es galería de ropas, ronda perennemente la mente de Mario Sierra. “Mi gran sueño es hacer de esa habitación un pequeño museo-memoria con puerta de vidrio, fotos y cuadros suyos, así cómo el caballete que aún guarda el señor Eduardo Moll. Espero que alguna entidad interesada me apoye en este proyecto”. Luego nos cuenta que los escenarios de sus aventuras fueron casi siempre los mismos: la Quinta Heeren, los Barrios Altos, el bar Palermo –no necesariamente tomando una cerveza–, el burdel La Nené y el mítico Cinco y Medio.

(Mario Sierra)
Pero nació pintor
Natural de Uranmarca, Sierra como muchos inmigrantes tuvo que sobrevivir de muchas formas. Fue ayudante en una marmolería, cocinero en una mina, mayordomo, bailarín folclórico, boxeador y fabricante de escobas. Inclusive, conocido como el Trovero de los Andes, deleitó en peñas y ferias vernáculas. De allí nació su faceta de productor de discos.

Pero la labor que cambiaría su vida sería la de portero en el Hotel Lima, en el sucio corazón de La Parada.

Como era un hotel salían decenas de parejas con esas manchas rojas en los cuellos que llaman “chupetones”. Humareda me dijo un día “mira, fíjate en eso, con el tiempo se vuelve cáncer. Cuídate. No te vayan a morder las chicas, y se reía a carcajadas”, sostiene.

Sierra cuenta que el administrador del Hotel Lima a quien llamaban “El cajero apolillado” era el único que traba mal a Humareda. Siempre quería que pague por adelantado su habitación y su diario deseo era sacarlo. “La única vez que hizo algo bueno es cuando evitó que supuestos familiares del maestro arrasen al día siguiente de su muerte con el cuarto. Les exigió una orden judicial que en ese momento no tenían pero que luego consiguieron. Buscando sus libretas de ahorros botaron casi todo a la basura, su ropa, sus corbatas, bocetos y las libretas de apuntes llenas de citas y sentimientos”.

Escarbando entre los deshechos Sierra pudo rescatar algo de todo ello, restos que aún atesora con especial cariño. Pero la herencia maravillosa del oficio artístico la lleva más adentro.

Le dije que me recomiende con sus amigos de Bellas Artes. Pero me respondió: no seas tonto. Para qué quieres ir la escuela, allí no tendrás libertad. Mejor observa, en la práctica está la cosa. Busca la libertad, mi amigo”.

Un recuerdo más qué importaEra un día martes a finales de noviembre de 1986. Son las cinco de la tarde y el maestro aparece y ya no habla. Escribe en un papel diciéndome: ayúdame a terminar con el cuadro de la Quinta Heeren que debo entregar al Banco Central de Reserva, los faroles están muy claros, los quiero más oscuros”, cuenta Sierra esta historia que debe haber narrado de manera infinita.
Arriba, tras jugar con el violeta y conseguida la aprobación del discípulo, Humareda firmó el lienzo y lo remató con dos palmadas en su hombro. “Al día siguiente era mi jornada libre, cuando regreso el jueves me dicen “se han llevado a tu papá al hospital”. A la hora del almuerzo cogí un taxi pero ya no pude verlo debido a un problema con los pases. El jueves ya estaba muerto”.

¿Qué porque pudo darle aquel tumor en el cuello si ni siquiera fumaba ni tomaba?. Sierra tiene una explicación muy personal y extraña.

Yo creo que es consecuencia de que siempre se frotaba con un paño la zona donde le ubicaron el tumor. Fuerte se sobaba hasta que le quedaba bien rojo. Yo le decía maestro, no se sobe tan duro que se va a hacer daño. Es que mi camisa se ensucia a cada rato, me decía”.

Humareda reposa en el cuartel Desiderio, nicho 47-D del cementerio Presbítero Maestro, hasta donde Sierra va algunas veces a visitarlo. El nuevo pintor de arlequines vive en Santa Anita, cerca de la maderera Humareda, propiedad de los primos del pintor. Han pasado veinte años, pero sigue soñando con el maestro, en lienzos que termina y deja para la sola visión de su discípulo.

(Suplemento Variedades, Diario El Peruano, martes 21 de noviembre de 2006)

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