Friday, October 06, 2006

La brutalidad de la sumisión negra


Los esclavos y el castigo en el Perú
El Fondo Editorial del Congreso del Perú acaba de publicar el libro Breve Historia de la esclavitud en el Perú del historiador Carlos Aguirre, lo que motiva también un repaso a la serie de carencias sociales, escarmientos y sanciones que recibían los esclavos en la ciudad de los Reyes durante el virreinato. La legislación del espanto y la discriminación pública y abierta.
Por: Daniel Contreras M.

Cien azotes, amputaciones para evitar huidas, presentar la cabeza del negro para recibir recompensas, embadurnar miel a un esclavo amordazado para que miles de moscas pulularan enfermizamente por su rostro y cuerpo en plena calle, portar una calza de hierro de cinco kilos durante dos meses sin dejar de trabajar, o la pena de muerte. Entonces, cuerpos colgaban de sogas amarradas a maderos y a decenas de cadáveres les era echada la cal en la fosa común.
Desde que Francisco Pizarro obtuviera del emperador Carlos V la venia para introducir al Perú cincuenta esclavos, se dio inicio a trescientos años de tráfico de cautivos en esta parte del continente, y con ello, una legislación para la esclavitud llena de tormentos y cruentas sanciones. A las colonias españolas de América fueron trasladados casi un millón 600 mil humanos, en un lapso de tiempo entre 1528 y 1870, siendo este número el resultado de un contingente humano mayor pero fallecido en viajes marítimos eternos e insalubres.
El trabajo de cientos de cautivos durante los primeros años de la conquista tuvo como fin el trabajo servil en casa de los conquistadores, como subalternos en los ejércitos o como peones de rudas maniobras de la construcción. Según el cronista Bernabé Cobo (1582-1657), Lima tenía una población de aproximadamente 30 mil negros, cuya mayoría podía encontrarse en las costas y en los valles agrícolas.
La trata humana se otorgó por contrato a comerciantes extranjeros. Recién, en 1784, se permitió a los barcos españoles el ingreso de esclavos previo pago de 150 monedas por persona. En 1804 se prorrogó por doce años más este permiso. Durante el gobierno de 1806, del virrey José Fernando de Abascal (1743-1821), llegó al Perú el último grupo de esclavos, cotizándose un varón adulto en 600 pesos.
Los que llegaron al Perú pertenecían a diversas castas. Un artículo publicado por el Mercurio Peruano, en 1791, menciona a los mandingas, los misangas, los lucumés, los congos, los cambundas, los cangaes, los carabalíes, los chalas, los huarochiríes y los terranovas. A ellos debe añadirse a los angola, una de las etnias más conocidas y numerosas que había entonces en la capital.
El alma en un costal
Llegaban de Panamá o Cartagena de Indias al Callao. Desde ahí eran transportados a Malambo, una suerte de depósito en el Rímac donde se cumplía la cuarentena y la espera de la venta y la subasta.
La expresión “Alma de boca” significaba que un esclavo era vendido con todas sus facultades físicas y mentales, aunque si se le denominaba “costal de huesos” lo definía como enfermo o con alguna discapacidad. Todos los esclavos tenían una marca, una quemadura hecha en la piel con hierro candente, denominada “carimba”, norma abolida en 1784. Tras la aparición del Diario de Lima, las ofertas no dudaban en imprimirse a la caza de nuevos esclavos.
En la edición del 16 de mayo de 1792 se anunciaba “Ventas. Quien quisiere comprar una criada preñada en días de parir, bozal, reformada, ocurra a la calle de Bodegones la primera casa, donde fue café. Arriba en los altos vive su ama en la segunda mampara”. Esclavos desde la placenta.
Lima en pena de muerte
El cronista Antonio de Robles señalaba en su Diario de sucesos notables 1665-1703, lo común que era en la Colonia que los esclavos mataran a sus mayordomos y a sus amos. Casos como el del negro que mató al mayordomo del obraje de Peredo, o el del mulato, esclavo de Santiago Bollo, que casi mata a su señor, durante la segunda mitad del siglo XVII: ambos merecieron la pena de muerte. Los asesinatos casi siempre eran violentos, pues se apuñalaba y se degollaba, sin usar venenos o armas de fuego. La celebración de la pena de muerte –ya sea de esclavos, soldados, acusados por la Inquisición, orates, indios soliviantados– se convertía en la ciudad de Lima en un acto que despoblaba las calles, jirones del centro, arrabales y pueblos para poder ver este tipo de justicia.
Azote, toque y fuga
Según el libro de Carlos Aguirre (Talara, 1958), los esclavos negros recibían, a diferencia de las personas libres, duros castigos y sanciones que nunca habrían sido aplicados a españoles ni criollos, lo que acentuaba su posición subordinada en la sociedad virreinal, aunque también en la republicana. Hay un ejemplo: a un negro capturado tras su fuga se le castigó con cien azotes. Pero reincidió y se le amputó un pie. Sin embargo, volvió a cometer la falta, y terminó ahorcado.
La Recopilación de las leyes de Indias de 1680 marcó la consolidación en lo referente al tipo de trato que debían recibir los esclavos. Una fuga que demorara más de medio año tenía como sanción la pena de muerte o “penas bárbaras, infamantes y de efectos irreparables”, según escribe el historiador Javier Prado, en Estado social del Perú durante la dominación española, de 1941. Con la publicación de la Real Cédula de su Majestad sobre la educación, trato y ocupaciones de los esclavos en todos sus dominios de Indias e Islas Filipinas (1789) en algo se frenó los abusos al regularse las infames normas, aunque la subordinación seguía siendo igual.

Tras la Independencia
Hasta fines de 1854 la situación de los esclavos era similar a la de cualquier mercancía sin valor humano. Ya en este año no llegaban más a nuestros puertos los "bozales", esclavos que venían directamente de África y traídos en barcos por tratantes para su venta apenas arriben.Pero el negocio era de reconocimiento público, motivo por el cual tenía su reglamento. La llegada de esclavos desde África ocurrió durante estas legislaciones hasta 1818.
El propietario de un esclavo podía venderlo, traspasarlo o permutarlo y quien requiriera de alguno podía conseguirlo también en el mercado. Además de otras modalidades, los amos tenían en los diarios de Lima y provincias su mejor tribuna para ofertar la "mercadería".
Como se leerá en cualquier archivo, colocaban en los anuncios periodísticos las características del esclavo que ofrecían, así como informaban todo lo que conviniera con tal de lograr una transacción económica satisfactoria. Era muy simple, un amo ofrecía al esclavo y daba la dirección donde ponía realizarse el negocio. Ocurría también lo contrario: una persona requería de un esclavo y ponía su pedido en un aviso en los diarios.
Cambiar un esclavo de algunas características o con cierta especialidad por otro de otras actitudes, era la permuta. En el diario El Comercio de 1854 se podían leer los siguientes avisos: "Un esclavo de edad regular en un precio cómodo" (22 de abril de 1854), "Por causa de viaje (se vende) un esclavo edad de 25 años, fuerte y robusto, su valor $ 417. Se dará razón carpintería café antiguo de San Agustín" (2 de agosto de 1854), "Un matrimonio con una hija de seis años..." (17 de julio de 1854).
Esclavos en fuga
Todo este panorama cerraba su círculo de barbarie en la lógica y consecuente fuga de esclavos. Avisos de este tipo eran muy frecuentes en las páginas de El Comercio, por ejemplo del año 1854, donde se menciona incentivos o gratificaciones (25 pesos) para quienes entregaran a los fugados; se decía sus nombres y apellidos, se daba la filiación, características o defectos físicos de los huidos, así como su vestimenta. Llama la atención la cantidad de niños que se fugaban.
Asimismo, huían esclavos de muy diferentes edades y de muy desiguales particularidades; la fuga se hacía casi a solas o en pequeños grupos, muy rara vez la realizaba un grupo familiar. La mayoría de avisos de El Comercio corresponde a esclavos de Lima, escondidos en palenques.
Por ejemplo: "25 pesos de gratificación se dan a la persona que entregue o dé noticia cierta del paradero de un zambo llamado Francisco de Paula que se fugó de casa de sus amos el viernes 18 del corriente. (...) Su voz es hueca y presenta un carácter humilde o hipócrita; su edad es de 25 a 28 años (...). Es buen cocinero y acostumbra presentarse en las casas particulares, fondas de Lima y Callao y en los buques a pedir este trabajo, diciendo ser libre.
Asimismo acostumbra presentarse a cualquier cuerpo del ejército exponiendo ser licenciado. Sus amos suplican a los señores jefes y oficiales, tengan la bondad de no admitirlo, y si lo tienen, tengan a bien retenerlo. También se advierte que en esta fecha se ha dado parte a la Intendencia (prefectura), para que si llega el caso, se aplique la pena impuesta en los artículos Reglamento de Policía, sobre ocultación y jornales. En esta imprenta se dará razón de sus amos y también se tomarán algunos criados a jornal". El Comercio, Lima, viernes 20 de octubre de 1854.
Testimonios y narraciones de supervivencia en los amarillos papeles de los diarios. Historias olvidadas de quienes en Lima intentaban dejar atrás la barbarie del pasado. Estigmas vivientes, andantes y ocultos entre matorrales. Luchando eternamente por un mundo nuevo. Un nuevo mundo tras la crueldad.

(Identidades Nº 89. Diario El Peruano. 18 de julio de 2005)

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