Friday, July 11, 2008

Takanakuy: las luchas rituales en el Cusco

Una experiencia de golpes y patadas a 3600 msnm
En la provincia de Chumbivilcas, a 12 horas del Cusco, un rito se prepara de enero a diciembre. Una tradición en la que a punta de golpes y patadas la sangre de adultos, jóvenes, mujeres e incluso niños hervirá en medio de una fiesta llamada Takanakuy.
Daniel Contreras M. / Fotografías: Sophia Durand


Luego que esperadas estrellas del wrestling norteamericano ofrecieran una espectacular y multitudinaria presentación en el Estadio Nacional, bastará una mirada certera en lo más profundo de las tradiciones andinas para hallar verdaderos luchadores entre nosotros.
En las alturas cusqueñas se celebra anualmente un rito en el que a través de puñetes y patadas la violencia se transforma en una fiesta, un afianzamiento o un término de las relaciones, en resumen, una catarsis colectiva llamada Takanakuy. Sorprendente exceso de las formas y de los hábitos que algunos investigadores comparan con el Taqui Onqoy, aquella liberadora práctica del baile durante la Colonia.
Ante violenta y antigua tradición estamos que pese a diversos intentos por transformarla o terminar con ella, perdura. Por ello es necesario mencionar que las imágenes que acompañan este artículo fueron captadas por Sophia Durand quien junto a quien escribe recorrió entre el 23 y el 31 de diciembre pasado la región cusqueña de Chumbivilcas con el objetivo de presenciar en directo las peleas protagonizadas por los pobladores del lejano Santo Tomás y el caserío aledaño de Llique.
La fecha central del Takanakuy, en este mundo de ganaderos y agricultores, recae en Navidad. Para ese entonces, “la sangre hierve” y se convierte en un enfrentamiento entre dos, a punta de golpes y patadas, de derechazos a puño limpio y tacles cuerpo a cuerpo, una acción de marcada diferencia con el chiaraje en Tocto o el pulseo ayacuchano. Al ritmo de la hipnótica y constante melodía de la Wayliya –indesligable marco musical de antiquísimas raíces– explota una banda sonora, una performance emocionante.
“Chumbivilcas, tierra de bravos Q’orilazos”, rezan afiches en la diminuta empresa de transportes. Y en tierra de hombres bravos, tal como lo sabe cualquier amante de la lucha, siempre ocurre algo distinto: celebrar la navidad en Santo Tomás es para los santotominos tomar otros caminos, el emprender de violenta forma un liberador viaje a la hora del Takanakuy.

Qorilazo punch
Aquella fecha diversos pueblos de la zona se cubren de específicos trajes en medio de un río de alcohol que empujará en su corriente los ánimos de quienes van a luchar. Desde muy temprano la Waylíya brota de bandas y de cantoras que tañen sonajas junto a los danzantes-luchadores: “Niño no tengas miedo, cuando caiga granizo de piedra o si hay río de sangre, wayliya, waylihilla, wayliya”.
Los Negros, Majeños y Langostas recorren las calles con máscaras de lana (Uyach’ullu), casacas y protectores de cuero sobre las piernas (Qarawatanas) mientras otros portan cernícalos y zorros en la cabeza. Variaciones históricas que así bailan, palmoteando sus muslos como gallos, graznando, impostando la voz al hablar.
Luego de comer buñuelos ante la iglesia (el buñuelos ch’aquy), estos equipos se dirigen al ruedo. En la plaza de toros de Santoto –cariñoso apelativo del pueblo– o en un círculo de tierra en Llique, un carrusel de árbitros, de rudos y técnicos, de héroes locales y narradores sucede ante los espectadores.
Atención a estos tópicos, pues advierten un interés específico en los investigadores: el ser testigos de diversos tipos de lucha como parte de sus indagaciones emprendidas hace más de un año sobre el Catchascán en el Perú y destinadas a la pronta edición de un libro y una exposición fotográfica en el Paradero Habana de Micromuseo.
Así las cosas, la multitud formará un círculo humano que a lo largo del día irá achicándose hasta casi provocar la asfixia mientras que los padrinos-arbitro repartirán látigo para evitarlo. El antiguo uso de la máscara como barrera de identidad se vuelve inherente a estos días. Máscaras de lana divididas en cuatro suyos se entremezclan en medio de monstruos de Frankenstein, Hombres Lobo y todo tipo de ogros Halloween. Incontables imágenes de John Cena y Rey Misterio se lucen en los polos bajo las casacas: los tiempos cambian y todo se influye entre sí.

Un confeti de golpes
Suena constante la wayliya. Inician la lucha los niños que frente a frente en medio de patadas, golpes y chorritos de sangre escupidos sobre la tierra darán paso a los adultos y sus peleas de mayor violencia. Hay emoción permanente.
Toda pelea culmina al caer uno de los contrincantes y la mayoría de veces entre abrazos y sonrisas. Avanza el día, hay broncas por doquier: dos, tres simultáneas, pareciera que el caos se apodera de la tarde pero hay reglas irrompibles. Látigos surcan el aire, golpes de caras, graznidos humanos. Todo debe culminar antes de las seis y así sucede.
Los orígenes del rito son tan diversos como sus fuentes. Víctor Laime, autor del libro Takanakuy: cuando la sangre hierve, menciona datos del siglo XVII sobre verdaderos espectáculos de lucha en tierras de los chumpiwillkas, en los que hacendados españoles disfrutaban enfrentando cuerpo a cuerpo y disfrazados como gallos de pelea a sus esclavos africanos Así, de Lima y de Majes eran llevados a las minas cusqueñas al mismo tiempo que formaban parte de una selecta y salvaje compañía de lucha.
Distinta y mística versión es recogida por Máximo Cama y Alejandra Ttito en 1997 en la que dos niños pastean donde hoy se levanta la espectacular iglesia colonial, observando a lo lejos el pelear de un par de pequeños. Dicha visión al acercarse desaparecía, retornando si se alejaban. Orígenes históricos y mítico-religiosos se entretejen en esta demostración de rudeza y justicia entre quienes tienen algo personal, laboral o legal que zanjar entre sí.

Mucha lucha
Todo parece indicar que hoy los protagonistas del Takanakuy reviven el recuerdo de aquellos esclavos que llegaron a la región durante la Colonia y cuya mayoría un exacto 25 de diciembre organizó una matanza general contra sus amos.
De todo ello, queda esta violenta tradición de los andes peruanos. Una violencia que une pueblos, sin lugar a dudas atípica entre las diferentes fiestas del país.
Una mística y un deporte, un desahogo colectivo que culmina cuando el pueblo entero y sus habitantes han renovado sus ánimos, o incluso, renovado el pacto para otra pelea. Pero eso ya será el próximo año, otra lucha, pues esto fue, Takanakuy para el Perú entero.

(Publicado en Variedades, suplemento de El Peruano, lunes 7 de julio de 2008)