Saturday, July 06, 2013

Profesor Richet / La piel dura (1976), de Francois Truffaut,


“—Bueno, ya sé que todos están pensando en lo mismo: en Julien Leclouc Han leído los periódicos y sus padres habrán hablado de ello en casa, entre sí o con ustedes. Pronto se marcharán de vacaciones y yo también quisiera hablarles de Julien. A propósito de él no sé mucho más que ustedes, pero quisiera ofrecerles mi punto de vista.
En primer lugar, según me han dicho, Julien pasará a manos de la Asistencia Pública y, luego, será confiado a una familia. Sea cual fuere el lugar, es evidente que resultará mejor que con su madre y su abuela, en donde era maltratado o, para llamar a las cosas con su verdadero nombre, golpeado. Su madre quedará ‘privada de los derechos maternos’, lo cual significa que, en adelante, ya no tendrá derecho a ocuparse de él.
Ante una historia tan terrible, la primera reacción de cada uno de nosotros es la de compararse con su caso. Yo tuve una penosa infancia, desde luego mucho menos trágica que la de Julien y, a pesar de todo, me acuerdo que ansiaba enormemente llegar a ser adulto, puesto que me parecía que los adultos tenían todos los derechos y podían orientar su vida como quisieran. Un adulto desgraciado puede recomenzar su vida en otra parte, puede cambiar de lugar, puede volver a empezar desde cero. Un niño infeliz, en cambio, no puede ni pensarlo. Sabe que es infeliz, pero no puede expresar esa infelicidad con palabras y, sobre todo, sabemos que en su interior ni siquiera puede cuestionarse sobre sus padres o sobre los adultos que le hacen sufrir.
Un niño desdichado, un niño que sufre, siempre se siente culpable, y esto es lo que resulta abominable.
Entre todas las injusticias que existen en el mundo, las que atormentan a los niños son las más injustas, las más innobles y odiosas. El mundo no es justo ni lo será nunca, pero hay que luchar para que haya justicia. Hay que lograrlo, tenemos que lograrlo. Las cosas van cambiando y mejoran, pero no con la suficiente rapidez. Los políticos y cuantos nos gobiernan siempre empiezan sus discursos diciendo: ‘El gobierno no cederá ante la amenaza’. Pero, en realidad, lo que suele suceder es todo lo contrario: las mejoras no se logran sino cuando son reclamadas. Desde hace algunos años, los adultos lo han comprendido y exigen sus derechos.
Si les cuento todo esto es para mostrarles que los adultos, cuando lo quieren de verdad, pueden mejorar su vida y su suerte.
Pero los niños quedan marginados en todas estas luchas; no existe ningún partido político que se ocupe realmente de los niños -–de los niños como Julien o como ustedes mismos— y hay una razón para ello: los niños no votan. Si los niños votaran, podrían conseguir mejor instrucción, mejor educación técnica, mejores instalaciones deportivas. Y lo obtendrían, porque los políticos desearían granjearse sus votos. Por ejemplo, podrían lograr el derecho a venir una hora más tarde a clase en invierno, en vez de tener que hacerlo corriendo aún de noche.
También quería decirles que, si me decidí a desempeñar este trabajo de maestro, fue debido al mal recuerdo que conservo de mi juventud y a que no me gusta el modo en que se trata a los niños.
La vida no es fácil, es dura e interesa que vayan aprendiendo a curtirse para poder afrontarla. Pero, ¡cuidado!, no digo que se tengan que hacer duros o malos, sino que hablo de entereza.
La vida es difícil, pero también es hermosa, pues tanto nos va en ella. Basta con que uno se vea obligado a guardar cama a causa de una gripe o por haberse roto una pierna para percatarse de que anhelamos salir, pasear, para caer en cuenta que realmente amamos mucho la vida.
Ahora, van a marcharse de vacaciones, van a conocer nuevos lugares y personas. Luego, cuando vuelvan, pasarán al grado superior. El tiempo transcurre muy de prisa–, llegará un día en que también ustedes tendrán hijos. Espero que entonces los amen y que ellos los amen también a ustedes. A decir verdad, ellos los amarán si ustedes los aman primero; y, en caso de que no los amen, volcarán su amor o su afecto y ternura hacia otras personas o hacia cualquier otra cosa, puesto que la vida está hecha de tal suerte que uno no se la puede pasar sin amar o ser amado.
Bueno, muchachos, ¡las clases han terminado y les deseo una felices vacaciones!”.
El profesor Richet en La piel dura (1976), de Francois Truffaut,