
Ninguno de los dos se atrevíó a marcar su número y preguntar si era cierto lo que decían.
Hace unos días se enteraron que X no fue asesinado, sino que se suicidó.
"La soledad", comentó mi madre. Yo lo recuerdo claramente, serio con el pelo blanco a una edad joven, con sus lentes de gruesas lunas verdes y en los últimos años de blanco cristal, parado con un cigarro en la esquina frente a la bodega que ya no existe, conversando con mi tio o con uno de mis padres. Él tenía ya otra casa en otro distrito, más nueva, e iba y venía al barrio con cierta frecuencia.
La familia de X tuvo la idea de llamar a un ropavejero para que cargue con algunas cosas. El tipo, en un descuido, manipuló la cerradura de la puerta de calle. Por la noche entraron los ladrones y robaron casi todo. Ahora han cambiado la chapa. Luce brillante, impecable y bien dorada.