MICROMUSEO Y TAKANAKUY EN SAN JUAN DE LURIGANCHO



Una sonoridad inédita, histórica, para la escena museal peruana. La fricción creativa entre lo pequeño-burgués-ilustrado y lo popular-emergente.
Las páginas de Variedades y el lado oscuro de Lima
Crónica roja
Descuartizamientos, crímenes de amor y de odio, duelos a navaja, suicidios o atropellos, desgracias humanas convertidas en Crónica Roja. El albor de tan estremecedor género periodístico dejó a inicios del siglo XX precursora huella en las páginas de Variedades y marca profunda en la memoria de los peruanos.
Por: Daniel Contreras M.
El siguiente fragmento pareciera arrancado de una novela escrita, sin embargo, lo es de la cruda realidad inserta en las antiguas páginas de una revista Variedades de 1912.
“Un salto y los dos hombres enardecidos y roncos frente a frente. Choque brutal y rápido, golpes a granel, chillidos de mujeres, el diablo en la sombra y el resplandor de una cuchilla rompiendo la fumosa penumbra. Un grito, un chorro de sangre, un golpe seco de cuerpo que se desploma y la tragedia consumada”.
Se trata de una escena oculta tras el telón de la belle époque peruana, de sus ideales nacionalistas y el desarrollo de la urbe capital. Una realidad palpitante desde el lado oscuro de la sociedad y ante la cual el periodismo no podía ser ajeno.
Hoy la página policial es ineludible en todo diario. Ha sido refugio de noveles periodistas o escritores. José Carlos Mariátegui, César Vallejo, Leonidas Yerovi, Mario Vargas Llosa y muchos otros colaboraron desde diversos medios y épocas a dar forma a un poderoso subgénero que tiende a teñir de rojo y de vísceras las primeras planas cuando torna en arma política de distracción masiva.
Un largo camino el de la nota roja, plagado tanto de “exclusivas” como de “fiambres” o “refritos”. Sus inicios son rastreables desde 1905 con la aparición de las revistas Prisma, Variedades (1908) y el tabloide La Crónica (1912). Publicaciones todas del fotógrafo y editor portugués Manuel Moral cuyo oficio fue el acicate para sacarle el jugo a las ilustraciones y fotograbados en una época donde el interés por la desgracia ajena era tan fresco como ahora.
Variedades, trasladada al jirón Carabaya 758 y bajo la dirección del literato Clemente Palma (y crepuscularmente de Ricardo Vega y Carlos Gamarra) se convirtió en lectura obligada hasta su cierre en 1930, cuando en un hotel de la calle Comercio un par de maletas se tragaron a un español descuartizado. Según el periodista Jorge Salazar en el segundo volumen de su serie Historia de la Noticia, Palma declaró: “Por fin tenemos en nuestro medio uno de esos crímenes horripilantes y sabios que son moneda corriente en Londres, Nueva York, Berlín o Chicago”.
Casos de la vida real
Dicen que el azar no existe. Variedades es también precursora de la narrativa policial al publicar entre 1911 y 1912, El meñique de la suegra, una colectiva y “espeluznante novela policial limeña” hoy puntualmente investigada. Sin embargo, como trágico y real bautizo para la nueva revista los crímenes en la calle Malambo la harían vender como pan caliente en 1908.
Si con La Crónica la voraz lectoría colmó su sed informativa, la esporádica nota roja de Variedades le sería tan o más impactante según el caso.
Usual fueron las capturas de bandoleros en provincia, recién nacidos abandonados en las acequias, crímenes entre ciudadanos chinos o líos de prostitutas en el Primer Puerto. Pero la escritura las convertía en historias que estremecían.
Como el salvaje acuchillamiento del próspero dueño del rimense Jardín de las delicias, el italiano José Rocataglia, cuya muerte en julio de 1909 se apoderaría de los lectores por semanas hasta descubrirse que su hermana Maria Luisa ideó el asesinato.
Estrangulamientos eran cosa frecuente, como el del sórdido y famoso prestamista Urueta, catalán que en 1910 prefirió morir a manos del Negro Arzola antes que entregar la llave de su caja fuerte. Ese mismo año la historia del comerciante Adolfo León quien le arrancó de un mordisco el dedo a su asesino fue lo más comentado.
Dos crímenes en 1915 brotarían como la pus. En junio el famoso duelo a chaveta entre Emilio Willman (a) “Carita” y Cipriano Moreno (a) “Tirifilo” por Teresa “La Pantera” será cubierto a la par que en Variedades en La Prensa por un joven Maríategui. Un anónimo vals, Sangre Criolla, explica el hecho así: “Como los dos se insultaron / los dos eran ofendidos / y hay cosas que solamente / pueden ponerse en su sitio / arreglando los disturbios / con la punta del cuchillo”.
Diciembre traería la singular historia, mencionada en Historia de la Prensa Peruana de Juan Gargurevich, del asesinato de Rosita Keinemann, la cantante austriaca del Café Strasburgo. El escenario: La Herradura y el asesino y posterior suicida, su amado capitán Ernesto Briceño.
A Yerovi lo mataron en el Jirón de la Unión en febrero de 1917 y en mayo de 1921 otro caso provocaría el repudio cuando una encomienda arribó a Lima desde Huancayo con un norteamericano despedazado en su interior.
Pero es en julio de 1930 cuando un célebre crimen cerraría el ciclo policial de Variedades: en el Hotel Comercio, cercano a la estación de Desamparados, el pleito de dos españoles terminaría con el descuartizamiento de uno de ellos. Su destino: dos maletas. Y un reconocido libro del investigador Luis Jochamowitz.
Ojos para el crimen
En Variedades el poder de la palabra tuvo su complemento ideal en la fotografía. Para una época en que las primeras planas se abrían tímidas a la crónica roja, publicar imágenes tan espeluznantes fue un potente factor psicológico y de estimulo para la lectura, cuando no, una valiosa oportunidad para obtener pistas. La Casa Editora M. Moral se volvió en una de las precursoras del reporte gráfico policial en el país.
Hacia 1912 ya existía la sección Crónica roja. En marzo el número 212 exponía el frío rictus de Josefina Melgarejo, asesinada en la calle Montezuma en el Callao. Completamente cosida a chavetazos la occisa ofrecía una destrozada desnudez, una exhibición pública de muerte que buscaba en el lector un rechazo total hacia el arrebato criminal. La muerte aún no era un espectáculo para este periodismo romántico.
Otras asesinadas de fotografía: Teresa Luque y su mirada sin vida desde la morgue en octubre de 1921, o el húmedo tajo abierto en la aorta de Isabel García el mismo mes pero de 1925.
Los amaneceres descubrían la aparición de cadáveres en el cementerio general. Este tipo de noticias sería usual desde el inaugural Valerio Quiroz que en marzo de 1900 es hallado con la cabeza destrozada, hasta el suicida Cirilo Ormeño, a quien veremos retorcido entre los nichos en la sección Semana policial del número 889 de 1925.
También los accidentes justificaron despliegue gráfico. En julio de 1924 Lima se conmovió con las imágenes de Juan Rosagno y su hijo Carlos, atropellados por un camión al pasear en bicicleta por la Avenida de la Magdalena. Y en 1925 Francisco Abad fue visto colgando carbonizado desde las alturas de un poste eléctrico en una esquina de la calle Santa Teresa.
Notablemente estremecedora es la sección roja de Variedades 862 de 1924. Junto al amoratado rostro del japonés Yashima quien cometió Harakiri tras ganar un premio, aparece un niño, “un monstruo”, nacido en Abajo el Puente. Desnudo y ciclópeo, para muchos se mostrará como un triste augurio de futuras oscuridades en la historia.
La ola roja
Una interrogante que merece investigación profunda cubre la misteriosa autoría de estas crónicas rojas. Anonimato conciente de quien así se describe en Variedades 719 de 1921: “La ola roja ha tenido graves demostraciones en Lima y Callao y como pocas veces los cronistas de policía hemos hallado labor para nutrir los noticiarios del delito”.
¿Quién pergeñaba tales ejemplos de tánato lirismo? ¿Qué redactores y reporteros fotográficos llegaban hasta el lugar de los hechos a vivir esas muertes?
Las rústicas mesas de madera compartidas entre La Crónica y Variedades se llevaron el secreto, pues si bien nombres hay, difícil es asignarle crédito a tantas notas e imágenes sin firma. Grave paradoja para un medio promotor del fotoperiodismo peruano. Salazar en el libro ya mencionado, recoge la remembranza de uno de los hombres claves del género en los años 50, Carlos Ney Barrionuevo.
“Al no firmarlas los viejos cronistas policiales no hacían otra cosa que expresar una pudorosa vergüenza por transitar ese territorio mal visto que se identificaba con el desamor, la destrucción, el delito”.
Pudorosa vergüenza, olor a sospecha, pluma sangrienta, la mesa está servida.
Bettie Page, quizá la pin-up más célebre de los años 50 en Estados Unidos, ha fallecido en Los Ángeles a los 85 años tras sufrir una neumonía, según ha informado su agente. Page fue un icono casi omnipresente en la sociedad estadounidense de los años 50. Su salto al estrellato lo consiguió con un posado como Miss Enero en la revista Playboy en 1955. Rápidamente, su cabellera negra y sus curvas generosas se estamparon en posters, álbumes de cromos y juegos de cartas en todo el país.
Hace cuatro semanas, Page fue ingresada en un hospital de Los Ángeles tras sufrir un infarto y ya no recuperó la consciencia, según señaló a la agencia Reuters su agente, Mark Roesler. Page no tenía hijos.
Con su melena morena, sus atractivos ojos azules y su amplia sonrisa, Page se creó una imagen de chica cercana. En sus imágenes aparecía comedida y traviesa a la vez. Eso sí, muchos de sus posados incluían escenas de fetichismo, bondage(práctica sexual que emplea ataduras) y spanking (azotes). Su imagen dio expresión a las fantasías eróticas de varias generaciones. Su imagen inspiró un modelo de voluptuosidad que inspiró personajes femeninos de películas y cómics.
Sexualidad oculta
"Bettie Page encarnaba el estereotipo del optimismo de los cincuenta y al mismo tiempo la sexualidad que se agitaba oculta bajo la superficie", según señalan Karen Essex y James L. Swanson en el ensayo Bettie Page: The life of a pin-up legend (1996). Page se confesaba abrumada por toda la atención que suscitaba, y aseguraba que no se sentía especialmente guapa. De hecho, añadía, tenía que ponerse grandes cantidades de maquillaje para cubrir su grandes poros.
Todo aquello quedó a un lado en cuanto se volcó en la religión. Incluso llegó a avergonzarse de haber posado desnuda. "Pero ahora casi todo el dinero que tengo se lo debo a que posé desnudad", señaló Page en una entrevista con la revista Playboy el año pasado. "Así que ya no me avergüenzo de aquello, pero sigo sin entenderlo".
Ascenso de un icono
Bettie Mae Page nació el 22 de abril de 1923 en Nashville, Tennessee (Estados Unidos) y se crió junto a otros seis hermanos. Siendo niña, su padre fue encarcelado y como su madre no podía hacerse cargo de sus vástagos, la pequeña Bettie y dos de sus hermanas fueron entregadas a un orfanato. Muchos años después, Page describiría a su padre como un obseso sexual que empezó a acosarla sexualmente cuando ella tenía 13 años.
Page fue a la universidad. Consiguió un título de humanidades en el Peabody College, de Nashville. Pronto se trasladó a San Francisco y empezó su carrera de modelo en los años 40. Posaba para el que sería el primero de sus tres maridos. Tras el divorcio, en 1947, Page se trasladó a Nueva York para continuar su carrera. Allí conoció al fotógrafo Bunny Yeager. Una de las instanténeas que le tomó acabó en las páginas de Playboy.
Un hito en 'Playboy'
La imagen mostraba a una Page que guiñaba un ojo a la cámara. Como única indumentaria llevaba un gorro de Santa Claus, mientras decoraba un árbol de Navidad. Fue un momento clave. "Un hito en la historia de la revista", según indicó tiempo después el fundador de la publicación, Hugh Hefner. Para la propia Page no resultó tan rentable. La modelo lamentaría años después que Yeager amasara una fortuna con aquellas fotos. Y, sobre todo, que nunca la compensara.
Sus aptitudes artísticas, sin embargo, no convencieron a algunos legisladores americanos. Page fue citada a comparecer ante el Senado estadounidense. Se trataba de descubrir si había alguna conexión entre la pornografía (en la que se incluían sus imágenes) y la delincuencia juvenil. La aludida nunca acudió, aunque poco después desapareció de la escena pública.
Luego llegaron dos matrimonios más y, lo que fue más grave, la lucha contra la esquizofrenia que se le declaró a principios de los 70. Su regreso a la escena pública tuvo un breve momento de gloria con la película sobre el comic Rocketeer (1991), en la que la novia del protagonista era la propia Bettie Page (encarnada por Jennifer Connelly). Tras aquello proliferaron los clubs de fans y las páginas web, y Page consiguió algo de dinero gracias a la firma de autógrafos y la asistencia a salones y convenciones. Aun así, en las escasas ocasiones en las que concedía entrevistas, pedía explícitamente no ser retratada.
Damon Devine, su asistente personal, dijo que Sumac murió el sábado en un centro de asistencia, después de una lucha de ocho meses contra el cáncer de cólon.
AP. La soprano peruana Yma Sumac, que cautivó al mundo musical en la década de 1950 por un prodigioso registro de voz y un toque moderno de la música folclórica sudamericana, falleció tras una larga batalla contra el cáncer de colon. Tenía 86 años.
Damon Devine, su asistente personal, dijo que Sumac murió el sábado en un centro de asistencia en Los Angeles después de una lucha de ocho meses contra el cáncer.
La cantante, de pelo negro e inclinada a la vida solitaria, había dicho que nació en 1927, pero Devine afirmó que su certificado de nacimiento indicaba la fecha de 1922 y por lo tanto tenía 86 años.
Bautizada como Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo y conocida como ‘La canora peruana’, Sumac tenía una voz portentosa – que superaba las tres octavas – que solía conjugar con un vestuario llamativo que la hacía parecer una emperatriz inca.
Voice del Xtabay fue su primer disco y abrió en 1950 una década de fama mundial.
El sitio oficial de la cantante en Internet dijo que el deceso fue “muy pacífico” y que Sumac estuvo rodeada de sus seres más cercanos.
De acuerdo con el sitio, el funeral será “muy, muy privado”. Por instrucciones de la soprano y de sus parientes más cercanos, Sumac será inhumada en Hollywood donde pasó 60 años de su vida, agregó.
Sumac quiso ser recordada porque “hice buena música e hice feliz sus corazones”, según el texto difundido en el sitio con la palabra hice escrita erróneamente con zeta.