Thursday, December 18, 2008

La Crónica Roja en el Perú - Desde la revista Variedades (1908-1930)

El pasado lunes 15 de diciembre apareció el número 100 de la más reciente época de la revista Variedades, hoy convertida en suplemento del diario El Peruano. Esta ya mítica publicación que saliera a la luz entre 1908 y 1930, tuvo entre sus diversas secciones una fantástica página policial. Y es acerca de ella que trata un articulo mío publicado en la presente edición.
Dejo también aquí el vínculo a la página del Peruano donde pueden ubicar las versiones PDF y en línea del suplemento. Gracias por su lectura.

Las páginas de Variedades y el lado oscuro de Lima

Crónica roja
Descuartizamientos, crímenes de amor y de odio, duelos a navaja, suicidios o atropellos, desgracias humanas convertidas en Crónica Roja. El albor de tan estremecedor género periodístico dejó a inicios del siglo XX precursora huella en las páginas de Variedades y marca profunda en la memoria de los peruanos.

Por: Daniel Contreras M.

El siguiente fragmento pareciera arrancado de una novela escrita, sin embargo, lo es de la cruda realidad inserta en las antiguas páginas de una revista Variedades de 1912.
“Un salto y los dos hombres enardecidos y roncos frente a frente. Choque brutal y rápido, golpes a granel, chillidos de mujeres, el diablo en la sombra y el resplandor de una cuchilla rompiendo la fumosa penumbra. Un grito, un chorro de sangre, un golpe seco de cuerpo que se desploma y la tragedia consumada”.
Se trata de una escena oculta tras el telón de la belle époque peruana, de sus ideales nacionalistas y el desarrollo de la urbe capital. Una realidad palpitante desde el lado oscuro de la sociedad y ante la cual el periodismo no podía ser ajeno.
Hoy la página policial es ineludible en todo diario. Ha sido refugio de noveles periodistas o escritores. José Carlos Mariátegui, César Vallejo, Leonidas Yerovi, Mario Vargas Llosa y muchos otros colaboraron desde diversos medios y épocas a dar forma a un poderoso subgénero que tiende a teñir de rojo y de vísceras las primeras planas cuando torna en arma política de distracción masiva.
Un largo camino el de la nota roja, plagado tanto de “exclusivas” como de “fiambres” o “refritos”. Sus inicios son rastreables desde 1905 con la aparición de las revistas Prisma, Variedades (1908) y el tabloide La Crónica (1912). Publicaciones todas del fotógrafo y editor portugués Manuel Moral cuyo oficio fue el acicate para sacarle el jugo a las ilustraciones y fotograbados en una época donde el interés por la desgracia ajena era tan fresco como ahora.
Variedades, trasladada al jirón Carabaya 758 y bajo la dirección del literato Clemente Palma (y crepuscularmente de Ricardo Vega y Carlos Gamarra) se convirtió en lectura obligada hasta su cierre en 1930, cuando en un hotel de la calle Comercio un par de maletas se tragaron a un español descuartizado. Según el periodista Jorge Salazar en el segundo volumen de su serie Historia de la Noticia, Palma declaró: “Por fin tenemos en nuestro medio uno de esos crímenes horripilantes y sabios que son moneda corriente en Londres, Nueva York, Berlín o Chicago”.

Casos de la vida real
Dicen que el azar no existe. Variedades es también precursora de la narrativa policial al publicar entre 1911 y 1912, El meñique de la suegra, una colectiva y “espeluznante novela policial limeña” hoy puntualmente investigada. Sin embargo, como trágico y real bautizo para la nueva revista los crímenes en la calle Malambo la harían vender como pan caliente en 1908.

Si con La Crónica la voraz lectoría colmó su sed informativa, la esporádica nota roja de Variedades le sería tan o más impactante según el caso.
Usual fueron las capturas de bandoleros en provincia, recién nacidos abandonados en las acequias, crímenes entre ciudadanos chinos o líos de prostitutas en el Primer Puerto. Pero la escritura las convertía en historias que estremecían.
Como el salvaje acuchillamiento del próspero dueño del rimense Jardín de las delicias, el italiano José Rocataglia, cuya muerte en julio de 1909 se apoderaría de los lectores por semanas hasta descubrirse que su hermana Maria Luisa ideó el asesinato.
Estrangulamientos eran cosa frecuente, como el del sórdido y famoso prestamista Urueta, catalán que en 1910 prefirió morir a manos del Negro Arzola antes que entregar la llave de su caja fuerte. Ese mismo año la historia del comerciante Adolfo León quien le arrancó de un mordisco el dedo a su asesino fue lo más comentado.
Dos crímenes en 1915 brotarían como la pus. En junio el famoso duelo a chaveta entre Emilio Willman (a) “Carita” y Cipriano Moreno (a) “Tirifilo” por Teresa “La Pantera” será cubierto a la par que en Variedades en La Prensa por un joven Maríategui. Un anónimo vals, Sangre Criolla, explica el hecho así: “Como los dos se insultaron / los dos eran ofendidos / y hay cosas que solamente / pueden ponerse en su sitio / arreglando los disturbios / con la punta del cuchillo”.
Diciembre traería la singular historia, mencionada en Historia de la Prensa Peruana de Juan Gargurevich, del asesinato de Rosita Keinemann, la cantante austriaca del Café Strasburgo. El escenario: La Herradura y el asesino y posterior suicida, su amado capitán Ernesto Briceño.
A Yerovi lo mataron en el Jirón de la Unión en febrero de 1917 y en mayo de 1921 otro caso provocaría el repudio cuando una encomienda arribó a Lima desde Huancayo con un norteamericano despedazado en su interior.
Pero es en julio de 1930 cuando un célebre crimen cerraría el ciclo policial de Variedades: en el Hotel Comercio, cercano a la estación de Desamparados, el pleito de dos españoles terminaría con el descuartizamiento de uno de ellos. Su destino: dos maletas. Y un reconocido libro del investigador Luis Jochamowitz.

Ojos para el crimen
En Variedades el poder de la palabra tuvo su complemento ideal en la fotografía. Para una época en que las primeras planas se abrían tímidas a la crónica roja, publicar imágenes tan espeluznantes fue un potente factor psicológico y de estimulo para la lectura, cuando no, una valiosa oportunidad para obtener pistas. La Casa Editora M. Moral se volvió en una de las precursoras del reporte gráfico policial en el país.

Hacia 1912 ya existía la sección Crónica roja. En marzo el número 212 exponía el frío rictus de Josefina Melgarejo, asesinada en la calle Montezuma en el Callao. Completamente cosida a chavetazos la occisa ofrecía una destrozada desnudez, una exhibición pública de muerte que buscaba en el lector un rechazo total hacia el arrebato criminal. La muerte aún no era un espectáculo para este periodismo romántico.
Otras asesinadas de fotografía: Teresa Luque y su mirada sin vida desde la morgue en octubre de 1921, o el húmedo tajo abierto en la aorta de Isabel García el mismo mes pero de 1925.
Los amaneceres descubrían la aparición de cadáveres en el cementerio general. Este tipo de noticias sería usual desde el inaugural Valerio Quiroz que en marzo de 1900 es hallado con la cabeza destrozada, hasta el suicida Cirilo Ormeño, a quien veremos retorcido entre los nichos en la sección Semana policial del número 889 de 1925.
También los accidentes justificaron despliegue gráfico. En julio de 1924 Lima se conmovió con las imágenes de Juan Rosagno y su hijo Carlos, atropellados por un camión al pasear en bicicleta por la Avenida de la Magdalena. Y en 1925 Francisco Abad fue visto colgando carbonizado desde las alturas de un poste eléctrico en una esquina de la calle Santa Teresa.
Notablemente estremecedora es la sección roja de Variedades 862 de 1924. Junto al amoratado rostro del japonés Yashima quien cometió Harakiri tras ganar un premio, aparece un niño, “un monstruo”, nacido en Abajo el Puente. Desnudo y ciclópeo, para muchos se mostrará como un triste augurio de futuras oscuridades en la historia.

La ola roja
Una interrogante que merece investigación profunda cubre la misteriosa autoría de estas crónicas rojas. Anonimato conciente de quien así se describe en Variedades 719 de 1921: “La ola roja ha tenido graves demostraciones en Lima y Callao y como pocas veces los cronistas de policía hemos hallado labor para nutrir los noticiarios del delito”.

¿Quién pergeñaba tales ejemplos de tánato lirismo? ¿Qué redactores y reporteros fotográficos llegaban hasta el lugar de los hechos a vivir esas muertes?
Las rústicas mesas de madera compartidas entre La Crónica y Variedades se llevaron el secreto, pues si bien nombres hay, difícil es asignarle crédito a tantas notas e imágenes sin firma. Grave paradoja para un medio promotor del fotoperiodismo peruano. Salazar en el libro ya mencionado, recoge la remembranza de uno de los hombres claves del género en los años 50, Carlos Ney Barrionuevo.
“Al no firmarlas los viejos cronistas policiales no hacían otra cosa que expresar una pudorosa vergüenza por transitar ese territorio mal visto que se identificaba con el desamor, la destrucción, el delito”.
Pudorosa vergüenza, olor a sospecha, pluma sangrienta, la mesa está servida.

(Publicado en Variedades, suplemento del diario El Peruano. 15 de diciembre de 2008)

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