A propósito del libro de Fernando Rodríguez Mansilla
En tiempos de pícaros
En el siglo XVI, un pícaro era aquel tipo astuto pero que a primera vista era tomado por torpe y timorato. Era de los que desvalijaban a hurtadillas y hacía de la deshonra su deporte favorito, en medio de las fiestas de juglares y de nobles avaros y prepotentes. Holgazán, precoz y ladino, pero también héroe a su manera.
Por: Daniel Contreras M.
En tiempos de pícaros
En el siglo XVI, un pícaro era aquel tipo astuto pero que a primera vista era tomado por torpe y timorato. Era de los que desvalijaban a hurtadillas y hacía de la deshonra su deporte favorito, en medio de las fiestas de juglares y de nobles avaros y prepotentes. Holgazán, precoz y ladino, pero también héroe a su manera.
Por: Daniel Contreras M.
El imaginario del pícaro, con sus pequeñas aventuras para conseguir comida y vino, con sus trotes con doncellas y sus viajes siendo criado de pueblo en pueblo, dio vida a una de las literaturas más emblemáticas del Siglo de Oro, la picaresca.
En 1554, en Alcalá de Henares, Amberes y Burgos, durante el reinado de Carlos I, apareció, de autor anónimo, La vida del Lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades. Llena de personajes que impactaban entre los privilegiados, por ser marginales, ladrones y demás seres del submundo renacentista, la novela episódica se convirtió en delicia de finos lectores y de los que gozaban con poemas irreales. Nacido en España, luego el género se extendió a Francia, Inglaterra y Alemania.
Con posterioridad, en 1599 se publicó la primera parte de Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, tonificando la corriente de aventuras de corte autobiográfico y plena en referencias realistas. La picaresca es relatada a partir de los avatares de un individuo de baja ralea, ciertamente, en ocasiones judío converso, trashumante, sin nobleza. Atrás quedaban las épocas de las novelas de caballería.
La otra nave
El profesor de Literatura Hispánica en la Universidad de Navarra, el peruano Fernando Rodríguez Mansilla, acaba de publicar La nave de los pícaros. Investigaciones sobre la novela picaresca (Lima, Fondo Editorial de la Universidad Católica Sedes Sapientiae, 2005). En esta exploración, Rodríguez Mansilla reflexiona sobre la narrativa picaresca, bien desde su perspectiva estética y literaria, como por su contexto histórico. No sólo ausculta las obras clásicas del género como el Lazarillo... o Guzmán de Alfarache, sino que va más allá al incluir parte de la obra de Miguel de Cervantes y su percepción de lo picaresco.
La investigación parte de ver si el Lazarillo... es o no el despegue del género o modelo de la posterior “escuela”. Toma como referencia un grabado aparecido en 1605, en la carátula de la primera edición de La pícara Justina, en el que se representa a La nave de la vida picaresca. En esta ilustración se puede examinar la percepción del género en los lectores de aquella época, donde se ve a la madre Celestina, en cuya obra se encuentra el precedente más antiguo de la picaresca (Pármeno y Sempronio), así como a Guzmán de Alfarache, quien se encuentra en la proa. A su lado, aparece la pícara Justina, su proclamada novia. Jalando la nave se encuentra Lazarillo, montado en una canoa, fuera del grupo. El estudioso inglés Alexander Parker considera que esto se debe a que el relato anónimo no produjo una corriente de libros, como sí lo hizo Guzmán de Alfarache. Ante el debate de críticos y literatos sobre estas dos obras, se asegura que ambas funcionaron como modelos narrativos.
La verdad está en los niños y en el vino
Por los estudios que menciona Rodríguez Mansilla, la picaresca es más que la historia de un delincuente. Existen motivos elementales de este género como el nacimiento o la infancia inusuales, las burlas, el disfraz, el incidente grotesco, el rechazo, pero se precisa que el quid del asunto no es tanto su contenido, sino la forma en que se juntan distintos elementos consolidados por el canon de la época.
La imagen del pícaro no sólo estaba asociada a la pérdida consciente de la honra en un mundo plegado de deberes nobiliarios. Cada pícaro, como le pasaba al bufón, era una suerte de niño, que usaba el don de decir siempre la verdad, aunque la dijera con cierta ironía. La infancia juega un papel fundamental, hasta el punto en que creemos que el pícaro-escritor nunca ha crecido y que el relato de astucias y bravuconadas es narrado desde la pubertad. De allí lo usual que era en el género denominar a los antihéroes por sus diminutivos, si no recordemos a Estebanillo, Francesillo o Ginesillo.
En la relación entre verdad y risa aparece a menudo un tercer elemento que es el vino, tan fundamental en la vida de muchos pícaros, especialmente en Lázaro y Estebanillo, y primordial también en el ámbito carnavalesco.
Parafraseando a Wolfram Krömer, las novelas picarescas se caracterizan por una exposición no realista, que permite que se trasluzca lo que se quiere decir propiamente. No ofrecen, en consecuencia, una representación de las clases bajas y de su lenguaje a partir de detalles auténticos, sino que las presentan con una perversión de lo correcto o de lo justo invertido.
La nave de los pícaros... es una interesante muestra de que el arte (si hablamos del grabado en el cual se detiene Rodríguez Mansilla) interactúa con las demás disciplinas y las explica, comportándose como una suerte de exegeta de realidades tan igual como el que hacen las críticas más especializadas.
(Identidades Edición 94, Diario El Peruano. 3 de octubre, 2005)
2 comments:
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Notable trabajo. Saludos a Rodríguez mi muy querido (sin ironía) maestro y guía. Nunca olviadaré todo lo que hizo por mí.
Tu pícara discípula
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